domingo, 20 de septiembre de 2009

1. Decepción

Uno de los recuerdos más amargos que tengo es el del día cuando llegué a Varsovia, después de liberado. Bajé del tren y fui al barrio donde había vivido, con la esperanza de que alguno de mi familia hubiera podido sobrevivir.
Cuando llegué a mi cuadra, sentí que el corazón me empezaba a latir más fuerte por la emoción. Ni en mis sueños durante todos esos años, me imaginé que podría volver alguna vez a ver el edificio de Zaukopowa, 6, donde había nacido y me había criado.
Cuando llegué, estuve un largo rato parado en la calle mirando hacia arriba, hacia el balcón donde solía sentarme cuando era pequeño, para ver la calle desde arriba. Ahora estaba al revés. Como la vida, que en esos últimos seis años, había dado un giro completo y me había puesto toda la existencia cabeza abajo.
Fue tal la emoción de estar allí, que no pude contener las lágrimas, y empecé a llorar.
Con el paso de los años muchas imágenes y situaciones se me desdibujan, pero hay una que recuerdo perfectamente.
Yo estaba parado ahí, mirando la que había sido mi casa y empezaron a juntarse algunos vecinos a los que reconocí y sé que me reconocieron. Si creía que iban a alegrarse, estaba equivocado. Me observaban con curiosidad, como si estuvieran mirando a un espectro. Sentí que sólo los llamaba la curiosidad, y averiguar cómo había hecho para sobrevivir a la masacre, cómo había logrado llegar hasta ahí.
Entre ellos reconocí a un muchacho polaco con el que no sólo habíamos ido juntos al colegio, sino que prácticamente nos habíamos criado juntos.
Es imposible describir su gesto de asombro. Se quedó parado mirándome, sin acercarse demasiado, como si tuviera miedo de estar frente a un fantasma o le pudiera transmitir alguna enfermedad contagiosa.
–¿Cómo? –me preguntó–. ¿Te dejaron vivo?
Tampoco puedo olvidar esa pregunta. Ese muchacho con el que habíamos jugado en la calle y compartido el colegio no se alegraba de verme. Se sorprendía y hasta creo que lo contrariaba que yo siguiera con vida, como si fuera una molestia o un contratiempo. Quizás fue porque yo esperaba otra cosa o porque fue eso lo único que él pudo hacer al verme, después de todo lo que había pasado en esos años de guerra. No sé. Puede que fuera así.
Pero hay algo que sí sé, porque lo vi en su cara: su gesto era de decepción.


De todas esas personas que habían sido nuestros vecinos antes de la guerra, ninguno me invitó a entrar a su casa, ni me ofreció una taza de té o compartir su mesa, y cuando quise entrar a ver la que había sido mi casa, me miraron tan mal, que desistí de mi idea.
Suerte que no hacía frío esa noche.
Porque dormí en la escalera del edificio.

3 comentarios:

Fujur dijo...

Estimadísimo amigo Motek, no le conocía pero me alegro un mundo de que me haya escrito en Nubiru, para así, poder saber de usted. No me cabe la menor duda de que su blog es de un interés superior, deberé seguirlo en lo sucesivo.

Admiro a cualquier persona que ha sido capaz de sobrevivir a la barbarie. Habiendo sobrevivido a la peor guerra que ha conocido nuestro Mundo, usted acontece un héroe en mayúsculas.

genial de los geniales

cuente, en lo sucesivo, con mi más profunda admiración y amistad!

un cálido abrazo!

Lolítica dijo...

Querido Motek:

Agradezco su tan lindo comentario en mi blog. De hecho, me encantaría saber cómo llegó a él.

Entrar a su blog fue... impresionante, porque hace poco di una clase en mi colegio de literatura durante la I y II Guerra Mundial, y también el período posguerra.

Hice un video, expliqué, pero traté más que nada de conscientizar. La historia no es pasada, está viva. Por eso cuando leí el gesto de decepción de aquel compañero de colegio quedé muy sorprendida. ¿Por qué?

Próximamente estaré consiguiendo su libro.

Le dejo mi e-mail para cuando quiera charlar.

Un saludo.

Gema.

Gemma dijo...

Querido Motek:
Gracias por tu comentario. Pienso mnuchas cosas sobre la reacción de tus vecinos, tal vez algun día lo hablemos por mail o Msn. Por ahora te dejo una poesía de José Pedroni que encontré hoy en un libro, buscando otra cosa y me acordé de vos.


LA INVASIÓN GRINGA

Hoy nadie llegaría.
Pero ellos llegaron.
Sumaban mil doscientos.
Cruzaron el Salado.
.......................................
Los barcos
(uno... dos...
tres... cuatro...)
Ya volvían vacíos
camino del Atlántico.
Su carga estaba ahora
en un convoy de carros:
relumbre de guadañas;
desperezos de arados;
hachas, horquillas,palos,
algún fusil alerta;
algún vaivén de brazos;
nacido en el camino
algún niño llorando.
El trigo lo traían las mujeres
en el pelo dorado
hojas de viejos libros
volaban sobre el campo.
¿Dónde se hallaba el oro
de todos alabado?
El oro estaba en un pequeño árbol;
el oro era un engaño:
solo pequeñas flores
de oro perfumado.
Aromitos floridos,
orillas del Salado.
...............................
Un niño que pregunta
cuando vuelven los barcos.
Una mano de madre que detiene
la pregunta en los labios.
Un hombre con los ojos
clavados en el campo.
Una mujer que escribe:
- ya llegamos.
Hay árboles enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el cielo, luminosa;
un río amargo...
.......................................
Hombre y mujer en la puerta
miran la tierra entregada.
Ya la empiezan a querer.
Ya nunca podrán dejarla.





Besos