Muchas personas me llamaron para felicitarme desde que se conoció este rinconcito en el que escribo. Parece que están pasándose la dirección los unos a los otros, para leer lo que escribo, desde que mi nieta Gise se enteró que su abuelo está acá, contando sus cosas, como vengo haciendo desde que llegué a este país.
¿Cómo que no nombré a mis bisnietas? Las nombré el primer día que escribí, en el primer párrafo de Shaná Tová!
Sí, tengo dos bisnietas que, igual que yo –parece que es cosa de familia–, también son a su modo, sobrevivientes. Porque Mia y Luz, las hijas mellizas de mi nieta Sabrina y su esposo Lucas, llegaron a este mundo siendo muy chiquitas y tuvieron que luchar mucho, desde tan pequeñas, para poder vivir. ¡Y vivieron! Hoy están sanas y sus padres felices y sus abuelos –mi hijo Quique y mi nuera Marta–, no paran de hablar de ellas.
Cuando pienso en esas dos criaturas, me acuerdo todo lo que pasé para poder sobrevivir. Me acuerdo que escuchaba decir: “Un día más de vida es vida” y aunque la sensación de querer que todo aquel horror terminara de una vez, quedaba tapada por mi anhelo de seguir con vida.
Setenta años pasaron desde que comenzó esa pesadilla, un primer día de septiembre de 1939, cuando los nazis invadieron Polonia y, en menos de quince días, habían derrotado al ejército y ocupaban Varsovia.
¿Qué estaba haciendo yo el 22 de septiembre de 1939? No lo recuerdo. Quizás, mirando desfilar a las tropas de ocupación y diciéndome –como tantos otros polacos–, que quizás no iba a ser tan terrible.
Ese mismo día, pero setenta años después, estaba recibiendo la noticia que había nacido mi tercera bisnieta, Martina, hija de mi nieto Uriel y de su mujer, Natalia. Uriel y Sabrina, son hermanos, así que mi hijo y mi nuera fueron abuelos por tercera vez. Imagínense cómo están de contentos.
¡Qué distinto es todo ahora!
Cuánto me alegro de no haberme entregado a la tentación de ir hacia las alambradas para que los guardias del campo me mataran de una vez, como hicieron tantos otros.
Qué feliz me hace haber resistido y vivir para contarlo.
¡Bho! Ya les voy a contar otras cosas. Como por ejemplo, cuál fue la esperanza que me mantuvo en esos años de infortunio. Eso es algo que me da vueltas por la cabeza una y otra vez y no puedo olvidarlo... como si fuera un milagro.
Ahora nos tenemos que ir con la Bobe a la casa de mi hija al festejo del Yom Kipur.
Un abrazo para todos los que pasan por acá.
Motek