viernes, 27 de enero de 2012

12. Día del Holocausto

Buenas tardes a todos. Hoy es un día muy especial para mí, porque hoy acá, en esta que ya es mi patria hace sesenta y cinco años, se conmemora el Día del Holocausto.
En el diario Página/12, se publicó esta nota, escrita por Jack Fucks, un escritor, que también como yo, fue llevado a ese infierno que se llamó Auschwitz-Birkenau.

http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-186073-2012-01-24.html

Como él, me pregunto si debe llamarse "liberación" a ese momento cuando los rusos llegaron al campo.
Yo no estuve presente, porque como conté, nos habían sacado y nos habían llevado al campo de trabajo de Buna, de la IG Farben, donde estuvimos hasta que los rusos estaban muy cerca y empezamos la Marcha de la Muerte, hacia el Oeste.
Quise escribir este día, para dar gracias por ser uno de los que sobrevivió y porque todavía, a mi edad, estoy vivo y puedo contarlo.

Motek

domingo, 25 de diciembre de 2011

Salí en el diario



Salí en el diario.
También Regina, con ella en la tapa.

Una mañana fui al banco, y terminaron haciéndome un reportaje.
¡Me pone muy contento!

También me operaron de catarata en un ojo, y estoy bien y puedo ver muy bien.

Gracias por este regalo sorpresa que me hicieron

Motek



lunes, 21 de marzo de 2011

10. Hoy cumplo noventa años

Hace un año que no escribía. ¡Bho! Ahora me doy cuenta también era para contar cómo había sido mi cumpleaños anterior y la fiesta que compartí con mis bisnietas, y dije que me proponía llegar a los noventa años y organizar una fiesta que quede en el recuerdo de todos mis seres queridos y me preguntaba si en ese momento, con todo lo que había pasado, todavía seguía vivo, ¿por qué no festejarlo?
Hoy, me digo lo mismo, porque hoy es mi cumpleaños.
Es el día que cumplo noventa años.
¡Noventa años!
Qué distinto es el mundo de ahora con aquel que conocí cuando era un chico.
Si me hubieran dicho, cuando iba al colegio, protestando –porque no me gustaba mucho eso de ir al colegio–, que un día yo iba a escribir en una computadora, hubiera pensado que me estaban tomando el pelo. Ni siquiera se me ocurría usar una máquina de escribir, así que una computadora era algo que no podía imaginarme.
Al final me compré una computadora y todos los viernes viene Samantha a enseñarme cómo usar ese aparato con el que puedo escribirle cartas a mi amigo que se fue a vivir a Córdoba y a tanta gente que vive mucho más lejos y me parece mentira que esas letritas que yo escribo con tanta dificultad un segundo después que las mando, pueden estar leyéndolas.
Hay algunas noches que sueño y cuando me despierto todavía creo que estoy soñando y muchos de esos sueños no quiero volver a tenerlos, pero otros sí.
Una vez mi amigo, el que me hizo el libro, me dijo que un escritor famoso había dicho que “la vida es sueño”, y es cierto. Hay días, cuando me levanto de la cama, que creo que todavía estoy soñando.
¡Bho! ¡Qué cosa, che! Quería decir una cosa y escribo otra.
Hoy cumplo noventa años y el miércoles, como me lo propuse el año pasado cuando escribí la última vez, vamos a tener una gran fiesta en un salón que contraté y van a estar todas las personas que quiero, porque quise hacerles un homenaje y darle las gracias de esta manera por estar al lado mío todo este tiempo y celebrar haber llegado a esta edad y seguir vivo pese a todo, como me hizo prometer aquel médico checo en Majdanek, que iba a sobrevivir al horror para poder encontrarme con mi hermana.
Estoy muy contento de haber llegado a los noventa años, pero hace unos días que pensaba en toda esa gente que murió cerca mío y cuántos podrían haber llegado a cumplir los mismos años que yo, y me dio mucha tristeza pero pensé: “Motek, agradecé a la vida que llegaste y las cosas son como son”.
Así que voy a seguir preparando todo para el miércoles y después voy a ver si con mi amigo podemos contar cómo resultó la fiesta.

Motek

martes, 30 de marzo de 2010

9. Cumpleaños

Hace mucho que no escribía, porque estuve con algunos problemas de salud, y me internaron dos veces en todo este tiempo. La operación, al fin, no dio el resultado que esperaban y sigo con los remedios para los dolores de cabeza, que ya no son tan fuertes. Estoy un poco mejor. ¡Bho! ¿Qué vamos a hacer?
Hoy no quiero hablar de cosas tristes, sino de la alegría que sentí el sábado a la noche, porque con la familia, festejamos cumpleaños en la casa de mi hijo QIQUE, en el mismo lugar donde me hicieron la fiesta de presentación de mi libro.
Digo “festejamos”, porque también era el de mis bisnietas –MÍA y LUZ–, que cumplieron un año y el mío. Mi cumpleaños ochenta y nueve años.
¿Ustedes se acuerdan que yo conté que tenía dos bisnietas que cuando nacieron eran muy chiquitas? Bho, en ese momento no lo dije, pero para poder vivir tuvieron que luchar mucho.
Al principio, no se sabía si iban a vivir o no, pero –como dijo mi nieta SABRINA en unas palabras a todos los invitados–, parece que llevan mis genes nomás, porque sobrevivieron pese a que los médicos y la ciencia ya habían hecho todo lo posible, y sólo se podía esperar y abrigar la esperanza.
Mi nieta SABRINA se fue a vivir a casa de mi hijo y mi nuera para poder ir cada día a la clínica, a darles alimento y amor... tanto amor que les dio fuerzas y así, poco a poco, empezaron a crecer y a estar mejor hasta que un día, pudieron llevarlas a su casa.
En esos meses, como lo dijeron SABRINA y LUCAS, su marido, recibieron la ayuda incondicional de la familia y de los amigos, que estuvieron presentes horas y días y semanas, hasta que el milagro se hizo realidad.
MÍA y LUZ hoy están sanas y son criaturas muy lindas que aguantaron despiertas toda la fiesta, hasta que llegó el momento de soplar las velitas, y cantar, festejando la vida, honrando ese milagro que significa estar vivo.
Yo sé de eso. ¡Sí que lo sé!
“Un día más de vida, es vida”, decían en los campos, y era así.
Gracias a ese día, y al otro, y al otro... llegué a esta edad y cuando miro para atrás y recuerdo, a veces me parece un sueño.
Y hay que seguir. Me propongo llegar a los noventa años y hacer una fiesta que quede en el recuerdo de todos aquellos a los que quiero y que me quieren.
Si después de pasar todo lo que pasé, aún sigo acá, festejando la vida... ¿por qué no?

Motek

jueves, 1 de octubre de 2009

8. Es increíble

El otro día tuve que ir a que me hicieran la revisión posterior a la operación. El cirujano no me atendió, porque en ese momento estaba operando, pero dejó instrucciones a una de las médicas de su equipo para que me revisara.

¡Boh! Todo bien la operación, y ya me siento cada vez mejor.

Pero la cosa es que tuve que esperar un rato para que me atendiera un miembro del equipo porque había mucha gente y, cuando entré al consultorio, la médica me dijo que había escuchado lo que yo había empezado a contar en el quirófano mientras esperaba la anestesia.

Empezó a hacerme preguntas de mi vida y de esos años de la guerra, y yo empecé a contarle y, cuando nos dimos cuenta, había pasado mucho tiempo y, afuera, la gente debía estar esperando.

¡No lo puedo creer! Cada vez que alguien me pide que le cuente mi vida, yo no puedo parar de hablar y el otro no se cansa de escuchar. Lo mismo me pasó con el libro: todos los que lo leyeron, me dijeron que no pudieron dejarlo hasta terminarlo. Y se emocionaron igual que como se emocionan los que me escriben acá, quienes leen lo que escribo en este rinconcito.

Tal vez sea esa una misión que me fue entregada para que la lleve a cabo: dar testimonio.

Porque los sobrevivientes del Holocausto somos cada vez menos. Me doy cuenta cuando voy a las reuniones. Vamos quedando pocos.

A veces pienso que, como Spielberg, no hay muchos. Parece que nuestro testimonio no le interesa ni a gobiernos, asociaciones, universidades o a la gente dedicada a la cultura y a la educación, ya sean de la comunidad o no.

Por eso mi libro apareció en una editorial pequeña, que todo lo hace con mucho esfuerzo, luchando (como tuve que luchar yo) día a día por sobrevivir, para seguir haciendo conocer a autores que tienen sus obras para publicar, y que no son aceptados por esas grandes casa editoras que solamente publican a los que ya son famosos.

Es increíble cómo todos esos que no hacen nada por preservar nuestro testimonio, después se llenan la boca con palabras en los actos oficiales mientras los que podemos contar lo que vivimos, nos vamos yendo de a uno poco a poco... ¿No es increíble?

Motek

miércoles, 30 de septiembre de 2009

7. Milagros

Dicen que los milagros no existen. Para mí, sí existen, y si no es así, que alguien me explique cómo pudo sucederme esto.
En Majdanek me contagie el tifus. No sé por qué, pero en vez de dejarme morir o matarme de un tiro en la nuca, me mandaron al hospital. ¡Boh! A ese barracón al que llamaban hospital.
Todavía hoy, cuando me voy a dormir, se me presenta, como una película vieja, la imagen. Yo debía estar con mucha fiebre y el médico del hospital de prisioneros no tenía nada para darme que me curara. En ese delirio febril, recuerdo haber soñado con mi hermana Esther, que vivía en un lugar lejano llamado Buenos Aires, que quedaba tan lejos de Polonia que ni podía imaginarme adónde era. Esther se había poco antes de empezar la guerra.
En el delirio, mi hermana me apoyaba su mano fresca en mi frente y yo la veía, y ella me decía: “Aguantá, Motek aguantá... Sos fuerte... aguantá un poco más. Tenés que sobrevivir”.
Dicen que si cuando uno tiene Tifus pasa las dos primeras semanas y no se muere, sobrevive. Por lo que yo puedo decir, es cierto.
Cuando me desperté de ese ensueño, sentí el fresco en mi frente. Eran los trapos fríos –lo único que podía hacer por mí–, que me ponía el médico del barracón, un judío checo, un prisionero como yo que estaba tratando de bajarme la fiebre con lo único que tenia a su alcance.
Entonces, cuando pude hablar, le conté lo que había soñado. Cómo había sentido a mi hermana a mi lado, y su mano fresca en mi frente, pidiéndome que resistiera, que aguantara un poco más.
–Querido amigo –me dijo ese médico checo a quien no volví a ver nunca más, cuando le conté lo que había soñado–. Estamos en 1942, y no sabemos cuándo va a terminar la guerra. Pero no olvides, por lo que más quieras, lo que voy a decirte ahora. Seguro que vas a pasar por muchas más penurias, pero no te dejes vencer, no te entregues, no te hagas matar ni intentes suicidarte yendo hacia las alambradas. Vas a sobrevivir, creeme.
Yo lo miraba lo escuchaba, como en sueños, sintiendo que se me erizaba la piel de todo el cuerpo y recuerdo que se me llenaron los ojos de lágrimas.
–Vas a sobrevivir –dijo–, y un día vas a poder buscar a tu hermana y, cuando la encuentres, vas a contarle esto que pasó hoy. Por favor, prometeme que vas a contarle lo mismo que a mí, que la sentiste a tu lado, acariciándote la frente –hizo una pausa, me puso la mano sobre el hombro y continuó: –Quiero que me hagas la promesa que vas a sobrevivir como sea, y no te vas a dar por vencido, para poder vivir ese momento.
Nunca más –como dije–, volví a ver a ese médico checoslovaco. Quizás lo asesinaron en Majdanek. Siento una pena muy grande el que no haya podido agradecerle esas palabras que fueron las que me sostuvieron de pie, en medio del horror.
Pero sí vivir el momento que él me anunció y que me deseó. No sé, todavía hoy, cómo sucedió, pero sobreviví.
Y un día de junio de 1947, en un departamento de Pueyrredón y Corrientes, le conté esta misma historia a mi hermana Esther... Y ni ella ni yo pudimos contener las lágrimas. De tristeza y de felicidad al mismo tiempo.
¡Boh! ¿Me van a explicar ahora cómo es eso que los milagros no existen?
Hoy, escribo esto para una persona a la que quiero mucho y esta pasando por un momento difícil y espera un milagro. Ojalá que el Dios de todos y la vida, se lo hagan realidad.

Motek

lunes, 28 de septiembre de 2009

6. Sobreviviente

Muchas personas me llamaron para felicitarme desde que se conoció este rinconcito en el que escribo. Parece que están pasándose la dirección los unos a los otros, para leer lo que escribo, desde que mi nieta Gise se enteró que su abuelo está acá, contando sus cosas, como vengo haciendo desde que llegué a este país.

¿Cómo que no nombré a mis bisnietas? Las nombré el primer día que escribí, en el primer párrafo de Shaná Tová!

Sí, tengo dos bisnietas que, igual que yo –parece que es cosa de familia–, también son a su modo, sobrevivientes. Porque Mia y Luz, las hijas mellizas de mi nieta Sabrina y su esposo Lucas, llegaron a este mundo siendo muy chiquitas y tuvieron que luchar mucho, desde tan pequeñas, para poder vivir. ¡Y vivieron! Hoy están sanas y sus padres felices y sus abuelos –mi hijo Quique y mi nuera Marta–, no paran de hablar de ellas.

Cuando pienso en esas dos criaturas, me acuerdo todo lo que pasé para poder sobrevivir. Me acuerdo que escuchaba decir: “Un día más de vida es vida” y aunque la sensación de querer que todo aquel horror terminara de una vez, quedaba tapada por mi anhelo de seguir con vida.

Setenta años pasaron desde que comenzó esa pesadilla, un primer día de septiembre de 1939, cuando los nazis invadieron Polonia y, en menos de quince días, habían derrotado al ejército y ocupaban Varsovia.

¿Qué estaba haciendo yo el 22 de septiembre de 1939? No lo recuerdo. Quizás, mirando desfilar a las tropas de ocupación y diciéndome –como tantos otros polacos–, que quizás no iba a ser tan terrible.

Ese mismo día, pero setenta años después, estaba recibiendo la noticia que había nacido mi tercera bisnieta, Martina, hija de mi nieto Uriel y de su mujer, Natalia. Uriel y Sabrina, son hermanos, así que mi hijo y mi nuera fueron abuelos por tercera vez. Imagínense cómo están de contentos.

¡Qué distinto es todo ahora!

Cuánto me alegro de no haberme entregado a la tentación de ir hacia las alambradas para que los guardias del campo me mataran de una vez, como hicieron tantos otros.

Qué feliz me hace haber resistido y vivir para contarlo.

¡Bho! Ya les voy a contar otras cosas. Como por ejemplo, cuál fue la esperanza que me mantuvo en esos años de infortunio. Eso es algo que me da vueltas por la cabeza una y otra vez y no puedo olvidarlo... como si fuera un milagro.

Ahora nos tenemos que ir con la Bobe a la casa de mi hija al festejo del Yom Kipur.

Un abrazo para todos los que pasan por acá.


Motek

sábado, 26 de septiembre de 2009

5. Parece un sueño

Como ven, salí bien de la operación. Todavía tengo el efecto de la anestesia, porque la operación fue en la cabeza, pero me siento cada día un poco mejor, aunque todavía no me atrevo a manejar mi auto (y no creo que me lo permitan).
¡Boh! Hoy quiero decir esto: si alguien me hubiera dicho en mi niñez, que iba a vivir tantos años y que iba a ver tantas cosas que allá, en la Varsovia de casi un siglo atrás, no se podían ni imaginar, me hubiera reído y le hubiera dicho que se fuera de mi lado con todos esos cuentos. ¡Boh! ¡De no creer!
Y si me hubieran dicho que por esto de las computadoras podían llegar a conocerme en todo el mundo, le hubiera dicho que estaba mishíguene.
Pero acá estoy, y es cierto. Hoy me llamó mi nieta para decirme que me había visto, que había leído lo que yo cuento y que, tengo que decirlo, el que lo escribe es un hombre al que considero un amigo. Es el hombre que fue mis manos, mi cabeza y mi corazón cuando me ayudó a hacer realidad ese sueño mío de escribir un libro. Porque, como les expliqué, yo era medio vago a la hora de ir al colegio en Polonia, así que apenas si puedo escribir en mi idioma original... ¡imagínense en castellano!
Me acuerdo que las primeras veces que nos reuníamos con mi editor, él no llegaba a entender (y eso que habla varios idiomas) cuál era el peor campo de concentración en el que yo había estado.
¡Y cómo me iba a entender si yo lo pronunciaba mal, y en mis treinta y cinco hojas de apuntes, había escrito “Birnau”!
Uno de los tantos sábados a la tarde que pasó conmigo escuchándome y tomando notas, de pronto se le iluminó la cara y me dijo:

–Motek, no es “Birnau”. Es “Birkenau”. Vos estuviste en Auschwitz-Birkenau, en la fábrica de muerte, cuyo comandante fue Rudolf Höß[1].
–¡Claro! ¡Ese mismo! ¿Cómo sabés que era él?
–Porque lo estudié –me contestó.
–¡Regina! –Regina es mi esposa, ya voy a hablar de ella, en otra oportunidad, y voy a pedir que pongan una foto–. ¡Él sabe todo!
–No, Motek. Sé algunas cosas. Pero yo las leí, vos las viviste –dijo ese día–. Esa es la diferencia.

¡Boh! Como sea, ahora que mi nieta está enterada que existe este rinconcito de Internet donde está su abuelo, seguro que se lo va a decir a todos los conocidos. Así que tengo que avisarle a mi amigo que se prepare, porque van a pasar mucha gente a leer. Si pasa como cuando le doy mi libro a alguien o como cuando cuento mi historia, me parece que van a ser muchos los que pasen por acá.
Sin ir más lejos el otro día, mientras esperaba adentro del quirófano que me pusieran la anestesia el cirujano –que es un “paisano”–, me miró el brazo y me preguntó en cuál campo había estado.
Así que ahí estaba yo, esperando que me operaran de la cabeza, y mientras tanto contando otra vez la misma historia a gente diferente.
Ahora voy a llamar a mi amigo para contarle todo esto y seguro que lo escribe.
¡Ah! Para todos los que lean, sean “paisanos” o “goy”, mañana cuando salga la primera estrella empieza Yom Kipur, el Día del Perdón. El día que se nos perdonan todos los pecados y las faltas que cometimos durante el año. Mi deseo que así sea para todos, sean judíos o no. Todos somos seres humanos y creo que si Dios está ahí, no importa cómo se llame, está para todos.
Pero no vale, dejar pasar el día y empezar de nuevo, ¿eh?

Motek


[1] También se puede escribir Rudolf Hoess o Rudolf Höss

miércoles, 23 de septiembre de 2009

4. Cirugía

Motek salió bien de la operación. Es posible que mañana esté en la casa, y que regrese para seguir contando en un par de días más.
¡Qué alegría!

martes, 22 de septiembre de 2009

3. Secuelas

Por algunos días, no estaré aquí. Mañana me van a operar de una disfunción de un nervio en la frente que hasta ahora los médicos habían conseguido mantener a raya con unas pastillas.
Parece que, con el paso del tiempo y la edad, las pastillas ya no me hacen efecto, por lo que decidieron operarme. De modo que mañana entraré a la sala de operaciones, tan diferente a aquellas enfermerías del campo (se llamaban Revier), que yo tuve la desgracia de conocer.
Ese latido en el nervio de la frente que me produce tanto malestar debe ser una secuela de los golpes que nos daban en los campos los guardias de la SS –los más salvajes eran los ucranianos– o los kapos, que eran judíos como nosotros, pero a cambio de mejor comida y un trato especial, se prestaban a ser esbirros de los guardias. Prefiero ni acordarme de los kapos.
Cuando llegué a Majdanek me acuerdo que no podía creer lo que veía: toda aquella gente vestida con los trajes a rayas que usaban los presidiarios. Cuando los vi, del otro lado de las alambradas electrificadas, me dije: “¿Son todos delincuentes? No puede ser... si parecen disfrazados”.
El primer día que pasé en Majdanek me enseñó que no eran delincuentes ni estaban disfrazados. Era el uniforme de los campos. Y eran –éramos–, todos judíos.
Los golpes, en ese campo, eran el trato habitual. Y cuando uno de los brutos ucranianos te pegaban con el bastón, les daba lo mismo pegar en la cabeza, en la espalda o en la cara. Yo recibí muchos de esos bastonazos –en otro momento voy a contar la vez que la pasé peor–, y seguro que alguno de esos golpes me debe haber dado en la cabeza, pero lo olvidé.
El médico, anteayer, me dijo que por lo menos por dos o tres años no voy a tener problemas. Después, se verá. Pero dentro de dos o tres años –me propongo festejar mis noventa años–, seré un poco más viejo. Dejemos al destino que decida qué será del nervio que late en mi frente y me hace sentir tan mal.
Me despido de ustedes hasta mi regreso que, si es como me dijeron los médicos, será en dos o tres días.
Quiero darle las gracias a todos los que dejan mensajes y comentan estas memorias mías. Hacen que sienta que vale la pena contarlas. Y estoy leyendo todo lo que me comentan, para después pedir que les den mi respuesta.
¡Hasta la vuelta!